domingo, 9 de diciembre de 2007

bolaño después de bolaño

Es sabido que desde que vivo retirado en esta casa larga de Arturo Ibañez, en Coyoacán, ya casi nadie me visita. Sólo de tanto en tanto escucho los ladridos estridentes de Manseca, el perro xoloitzcuintle que heredé de Dolores Olmedo. Casi siempre se trata del cartero que arroja una cuenta y después huye pedaleando a toda velocidad. En el peor de los casos se trata de alguno de los alumnos que formé en mi fallida vida académica.

Hace una semana, sin embargo, Manseca se quedó en silencio. Yo me encontraba recostado en el sofá de la sala, con la computadora sobre mis piernas, leyendo los blogs de algunos jóvenes que penosamente han equivocado el camino. Entonces me pareció escuchar que alguien gritaba desde la calle. Al principio pensé que los gritos iban dirigidos a una casa vecina, de modo que seguí en lo mío. Pero los gritos persistían. El silencio de Manseca, sin embargo, me resultó preocupante. A disgusto me puse de pie y me asomé por la puerta.

-Estoy llamándote hace una hora, viejo chingón –me dijo.

Tenía el mismo pelo enmarañado, las extremidades huesudas y el aspecto enfermizo que recordaba de la última vez que nos encontramos, hace quince años, en un restaurante de la Barceloneta.

-Ábreme la puerta –siguió- que ya me cago de frío-. Me fijé que Manseca estaba en el otro extremo del pasillo, en estado de alerta, con las orejas levantadas hacia atrás.

No hagamos retórica. Lo primero que pensé al verlo fue: mierda, se va a fumar los últimos cigarros que me quedan. Y fue así, tal cual, pero valió la pena. Al menos no se trataba de uno de mis alumnos y la conversación resultó interesante e iluminadora. Hablamos de la muerte, de su muerte, de lo gratificante que ha sido. Pensé que se refería al reconocimiento público, así es que le dije que a veces me avergonzaba y que eso era lo único que por el momento contenía mis propias ganas de morirme. Él levantó sus cejas por sobre los lentes redondos y, asintiendo con resignación, dijo que me estaba volviendo un viejo chocho. Obviamente ese reconocimiento le importaba una mierda. Se refería, dijo, a la inmensa cantidad de gente interesante con la que ahora podía conversar.

De todos modos dijo mantenerse informado. Todos los días se dedicaba a navegar por la web un par de horas. Me confesó que le encantaban mis listas, que se reía mucho. Pero que a veces también puteaba.

-¿Cómo se te ocurre poner a Baradit antes que a la Nona Fernández?

Le expliqué que podíamos concordar en que se trataba de un juego, un juego arriesgado pero en ningún caso azaroso. Le mostré sobre un papel la fórmula que justifica cada lugar en mis listas. Él se tomó con una mano los huesos de la barbilla, con la otra le dio una nueva chupada a su cigarrillo y se quedó así, mirando el papel, por un largo rato.

-Eres un pendejo –dijo luego, y yo entendí de inmediato que lo decía a la mexicana.

Después, de la nada, me preguntó si Jaime Quezada estaba vivo. Le respondí que no tenía idea, que hacía muchos años que no sabía de él, que probablemente todavía vivía en su confortable casita de campo, en La Florida.

-Que se pudra –remató él, volviendo a mirar el gráfico y las fórmulas de mis listas estampadas sobre el papel.

Preguntó mi opinión sobre los narradores jóvenes y no tan jóvenes de Chile. Dijo, más concretamente: trata, si puedes, de desarrollar un poco más lo que piensas de los narradores de tu patria; a veces una puta lista no basta. Reparé, claro, que dijo “tu” patria, y hasta me pareció advertir un tonito despectivo en ello. Pensé en reprochárselo, pero al final terminé hablando de Alejandro Zambra, elucubrando sobre la obra de Lina Meruane y traté de hacer presagios respecto a Pablo Rumel y a Esteban Catalán. Él me escuchó todo el rato haciendo muecas de poca convicción, enroscando los labios hacia arriba y hacia abajo, como en un estúpido juego infantil. Entonces quiso saber las razones de lo que él llamó mi retiro anticipado. En este punto le dije, terminante, que mejor no se metiera en lo que no le incumbe. Él guardó silenció y luego soltó una carcajada estruendosa.

-Eres un viejo de mierda –dijo y luego se puso a toser por largo rato.

Cuando recuperó la compostura aseguró que no tenía la menor de las dudas, que el único narrador significativo en Chile es Germán Carrasco.

Entonces lo dejé hablando solo y me fui a recostar un rato a la pieza de servicio.

15 comentarios:

Leyla dijo...

Germán carrasco?
Me conmueve la forma que tiene de relatar sus días, le sugiero lea -Antes del Fin- de Sábato. Puede sonar obvio, como todos mis apuntes obvios, tan obvios como sus listados. Dejeme decirle que su fórmula me produce una increíble curiosidad, analíticamente hablando puedo adelantar que usted es de las personas que piensa mucho antes de actuar. Eso suena obvio, lo sé, pero no es necesario pensar e imaginar tanto aunque se trate solo de una tortilla por hacer.
No de hay de otra, lo sé

felipefuentealba dijo...

No sé de qué trata todo esto pero me he entretenido por tres minutos, lo que no ocurre a menudo. Notable.

Dr. Chapatín dijo...

Estimada Sub urbana, sepa usted que a estas alturas de mi vida no acepto sugerencias de lectura de ningún tipo, sean obvias o no. No quiero libros en mi casa.
Por otro lado, analíticamente hablando, puedo adelantarle que cada vez actúo menos antes de pensar. O más sencillo aún, cada vez actúo menos, a secas.
Suyo,

Dr. Chapatín dijo...

Señor Fuentealba, esto es sólo tedio, el último. Por favor no trate de ver más allá. Mi propio ajuste de cuentas con la nada. Y ría, si quiere.
Suyo,

Leyla dijo...

Pues, quiéralo o no, ya lo aceptó. De otro modo no escribiría públicamente. Usted y yo sabemos a lo que me refiero. Y estoy segura que su casa está llena de libros. Físicos o metáforicos, pero los hay, y por grandes cantidades.

Dr. Chapatín dijo...

Ah, señorita (?) Sub urbana, cuánto quisiera poder invitarla a recorrer mi casa, para demostrarle en la práctica que no tengo ya ni un solo libro. Ese "usted y yo sabemos a lo que me refiero" me provoca sensaciones de complicidad a las que no estoy seguro de poder responder.
Suyo,

V dijo...

¿Quien eres?

Dr. Chapatín dijo...

Resulta evidente, señorita Soto, un fantasma.
Suyo,

Pablo Rumel Espinoza dijo...

De pura ausencia...

... El papel.

Dr. Chapatín dijo...

Estimado señor Rumel, se está usted poniendo más enredado que su tío José Joaquín hablando de políticas y procesos de reforma educacional o de los procesos culturales de la modernidad.
Recuerde pues las palabras de Emar y -con todo respeto- no sea tan pajero.
Suyo,

Pablo Rumel Espinoza dijo...

No sé pq me parece tan familiar ese aire,jeje.

¿No tiene una máscara de luchador mexicano por cazuela?

saludos.

Dr. Chapatín dijo...

Oh, señor Rumel, hasta que por fin alguien me ha dejado en evidencia: amo, en efecto, el cachacascán, ese gran espectáculo del exceso. Admirador furibundo y definitivo de Mascara Sagrada, trato en vano de no entender el mundo como un inmeso cuadrilátero.
Suyo,

LUIS MARÍN dijo...

El señor Chapatín tiene algo de irreal. Es como si fuera un chileno quien escribe; alguien asaz conocido, dicho sea de paso.

Ya caché. I'm sorry.

Dr. Chapatín dijo...

Señor Marín, por favor no intente pasarse de listo. Nunca he renegado de mi chilenidad, aunque me pese. Y si cree que "cachó", como usted tan graciosamente dice, lo desafío ha que entre en mi terreno y elabore una lista con los candidatos.
Suyo,

Cinzia Ricciuti dijo...

como me gusta este post.