martes, 13 de noviembre de 2007

mujeres

Cómo extraño a mi amiga Dolores Olmedo, con quien solíamos tener largas conversaciones en su hacienda de la Noria, ahí en las faldas del cerro Tzomolco. De ella me queda un perro xoloitzcuintle, solitario y definitivo como mi propia descendencia, y sus nobles intenciones de conseguir que las mujeres reconvirtieran el poder en un espacio amplio y acogedor que incluyera también a los hombres. Pero Lola ya está muerta. Y en su ausencia las narradoras de mi patria compiten entre ellas y contra todos. Se arañan, se sacan los ojos y luego sonríen dulcemente. Quieren saborear el éxito, el gustillo mentolado del poder.

Es justo que así sea, nadie dice lo contrario. Pero entonces debieran también tanguearse y entender que la lucha es cruel y es mucha y uno y una lucha y se desangra por la fe que lo empecina. Quizás ya lo saben. Seguro que ya lo saben. Ya tienen el poder y tendrán más. Porque querrán más, siempre. Así funciona el asunto, para todos.

Lola me lo advirtió: te acusarán de misógino así sólo abras la boca. Sólo las mujeres tenemos derecho a hablar de las mujeres. Los negros de los negros. Los judíos de los judíos. Los poetas jóvenes de los poetas jóvenes. Pero de todos modos quiero hablar de ellas ahora que me llegan noticias alentadoras: las diamelas vuelven al ruedo y publican una tras otra, reafirmando sus respectivos triunfos de género. La novela es el género. Complejas, políticas, altamente inteligentes. Las mujeres leen. Las mujeres compran los libros. Es justo que sean ellas las que los publiquen. Que conciban sin dolor dolores ficticios. Ficcionales.

Lo de diamelas, por supuesto, no es idea mía. Algún crítico iluminado las bautizó así en honor a la maestra. La madre de todas las madres. Sacerdotisa. Diosa. Seguro Premio Nacional de Literatura durante el período presidencial de quien inventó aquello de la paridad como bandera de lucha. Así fue como le fue. Pero el apelativo de diamelas es impreciso o, al menos, dispar. Hay diamelas más diamelas que otras. Aunque todas son, de algún modo, diamelas.

Pero la especulación teórica no es lo mío. Lo mío son las listas. Aquí va mi ranking, partiendo de las mejores a la peor de todas. Como Sor Juana Inés de la Cruz, bendita.


1-Lina Meruane
2-Diamela Eltit
3-Claudia Apablaza
4-Beatriz Garcia Huidobro
5-Andrea Maturana
6- Isabel Allende
7-Alejandra Rojas
8- Pía Barros
9- Alejandra del Río
10-Nona Fernández
11- Carolina Rivas
12- Sonia González
13- Patricia Poblete
14- Teresa Calderón
15- Flavia Radrigán
16- Lilian Elphink
17- Valentina Soto
18- Alejandra Costamagna
19- Larissa Contreras
20- Andrea Jeftanovic
21- Mónica Ríos
22- Marcela Serrano

domingo, 4 de noviembre de 2007

que en paz descanse

El libro es un objeto y como todo objeto tiene que desaparecer. Degradarse de una u otra forma. Lloran desde ya las viudas ilustradas. Histéricas. ¿Qué hacer? Celebrar. Lo literario hace rato que ya no circula por las páginas de papel y por las carcomidas tuberías de las instituciones que las imprimen. O circula mal, envilecido, banalizado.

Hace dos años quemé toda mi biblioteca. Los vecinos de Coyoacán llamaron a los bomberos. Después a la policía. Por último a la clínica siquiátrica. Desde lejos, la fogata parecía una sorpresiva fumarola del Ajusto. La vieron incluso desde Toluca. Desde entonces sólo leo en la pantalla. Aquí encuentro todo lo que necesito. Sin intermediarios. Los mercaderes han sido expulsados de mi templo.

Me dicen, sin embargo, que algunos jóvenes todavía sueñan con ver sus letras estampadas en una hoja de papel. Que algunos incluso hasta pagan por ello. Es una pena. Y un despilfarro. Debieran saber que publicar en el formato antiguo y convencional significa necesariamente algún grado de prostitución. Hay putas caras y putas de la calle, ya se sabe. Acá y allá es lo mismo. Allá, de todos modos, es más evidente. Cuatro cafiches manejan el tinglado. Primero contratan el stock de putas. Son pocas, finas y con estudios universitarios. Son capaces de llevar una conversación con el cliente. Luego las someten a un estricto régimen alimenticio. Las ponen a sudar en el gimnasio. Entonces las sacan a la calle. Las cuidan, les ponen guardaespaldas. Tienen una red que las protege. Ellas se llevan un pedacito insignificante de la torta. Los cafiches las golpean, pero ellas no dicen nada. Si les quiebran la nariz se someten a una nueva cirugía estética. Peor sería volver a pararse en una esquina. Pero los cafiches tienen sus días contados. Están nerviosos. No saben por qué tienen cada vez menos clientes. Le echan la culpa al Estado. Quisieran que les ayudaran a financiar sus putas. Un barrio rojo cuando menos.

Pero yo me río. Leo a los escritores jóvenes y me emociono hasta las lágrimas. Estoy viendo el cadáver de mi enemigo pasando frente a mi casa. Lloro de alegría. Soy viejo y a veces sentimental. Pero no soy optimista. El optimista es un pesimista mal informado y yo me mantengo muy bien informado gracias a la web. El asunto es que quiero presenciar la debacle mirándola de frente. Nunca con la vista en el piso. Ni menos mirando hacia atrás.