martes, 27 de mayo de 2008

sueño erótico con Diamela Eltit

-Tus novelas aparecen como una gran reflexión sobre el poder.

Te diría que el primer punto en el que yo me ubiqué no es un punto tan reflexivo. Creo que fue bastante más subjetivo y que después he podido elaborarlo mejor. Pero de ninguna manera es un programa, una programática, sino que tiene que ver casi con una constitución somática, por decirlo de algún modo: como una escritura somatizada que después me di cuenta que efectivamente apunta a indicar –al menos indicar- diversos problemas en los que opera el poder.

-¿Te refieres a las formas en que el poder se enquista en los cuerpos?

Por supuesto. Lo primero es cómo tú manejas los cuerpos, y eso va muy ligado al lugar. Creo que la ciudad es muy definitiva en relación a marcar gestos, a marcar una erótica con el espacio; si miras los cuerpos populares, ves ciertos movimientos muy precisos que no están en otros cuerpos que habitan otros espacios.

-En “El cuarto mundo”, en el momento que los mellizos comprueban sus diferencias corporales, aparece cierto sentimiento de castración en la mujer, expresado en la envidia del pene, que es una cuestión teórica bastante convencional.

Es efectivo. Estaría enunciando el problema de la envida del pene, pero desde el hombre. Es el hombre el que habla y yo trabajé con ciertos estereotipos. Eso no está nunca puesto en la boca de la mujer, lo que es un pequeño detalle importante.

-También tocas el fenómeno de la maternidad, quizás como una forma de opresión cultural.

Pienso que es una de las últimas prácticas artesanales que quedan en el mundo. Es decir, cada niño se hace de uno en uno. Que un organismo decida en un minuto engendrar, que un cuerpo elabore al interior otro, es casi sublime, por decirlo de alguna manera. Entonces me perturban los discursos ideológicos dejados caer sobre ese hecho, y que eso obligue, especialmente en nuestros países, a roles bastante manipulados y que el placer de eso se transforme en displacer por la carga convencional que tiene ser madre.

-Hay un estilo poco canónico de tu escritura. ¿Qué es lo que buscas?

Va a parecer bastante soberbio lo que digo, pero ese es problema de los otros, no mío. Diría que estoy menos domesticada, tan simple como eso. Yo no busco nada, yo escribo -y en castellano por lo demás-, y si se generan problemas, mi función, mi deber, mi punto ético, sería abrir sentidos, y si el otro se niega a abrirse los sentidos, significa que está en un problema de domesticación de lectura.

-Así, al parecer, tu oficio se reviste de una especial función política.

De eso te estaba hablando. Yo soy escritora, y para mí la escritura es mi forma de militancia. Cuando te digo esto lo digo en serio. Mi mundo es la literatura, trabajo en literatura, he estudiado desde siempre literatura, he dejado mucho por la literatura, he ganado también, y voy a morirme en la literatura. Y lo que me moviliza es creer que mi literatura tiene una función política, que es abrir sentido; es, en el sentido más pedestre, regular algunos sistemas de lectura a través de reformular la escritura en ciertos puntos que no son muchos, una cosa mínima de alteración es ya una función política. Tiene que haber cambio. Si no hay cambio, esto no tiene sentido para nadie, para nadie.