miércoles, 3 de diciembre de 2008

desgranados

Un joven narrador de mi patria me envía una copia digitalizada de un manjar anclado en las nostalgias veraniegas. Me dijo que necesitaba sopesar su propio ranking con el mío, porque si esperaba a la señorita Espinosa, con ese, estaba perdido: demasiados odios reunidos en un solo libro debe haberle provocado un síncope. Eso me dijo el joven en el mail al que adjuntó el PDF. No daré su nombre, para evitar que sea sometido a escarnio. La estigmatización es una vieja práctica en la historia narrativa de mi patria. De cualquier modo he disfrutado la degustación, aunque hay más porotos viejos de los que hubiese deseado. Me gustan los tiernos, ya se sabe, crujientes, sin esos pelos odiosos que llegan con el tiempo. Las conclusiones son sencillas. Es evidente que el instigador les sacó varios cuerpos de ventaja a los otros: es muy probable que partiera antes, que eliminara a los competidores más fuertes, que abusara de su rol de chef. El maestro-niño muestra la hilacha; se extraña a Nona Fernández, a Pedro Lemebel y a Sergio Missana; la agrupación por orden alfabético demuestra una vez más su eficacia.

Mi orden, en cambio, es de mejor a peor, resignado como estoy a esta minuciosa labor de perder el tiempo. Aquí va:

1- Matamala, Tito
2- Gómez, Andrés
3- Mellado, Marcelo
4- Bisama, Álvaro
5- Simonetti, Marcelo
6- Contreras, Larissa
7- Azócar, Pablo
8- Kaiser, Cristián
9- Elphick, Lilian
10- Jara, Ximena
11- López-Aliaga, Luis
12- Collyer, Jaime
13- Labbé, Carlos
14- Ayala, Ernesto
15- Iturra, Carlos
16- Apablaza, Claudia
17- Basso, Carlos
18- Jara, Patricio
19- Tromben, Carlos
20- Viera-Gallo, María José
21- Rolleri, Gianfranco
22- Meruane, Lina
23- Baradit, Jorge
24- Costamagna, Andrea
25- Muñoz Valenzuela, Diego
26- Ortega, Francisco
27- Torche, Pablo
28- Cabrera, Alejandro
29- Meier, Sergio
30- Zambra, Alejandro
31- Jeftanovic, Andrea
32- Díaz Eterovic, Ramón
33- Sepúlveda, Alfredo
34- Radrigán, Flavia

sábado, 8 de noviembre de 2008

adicción

Acromatopsia. El oftalmólogo pronunció la palabra deleitándose en su laberíntica. Lo habitual es su transmisión genética. Algunos casos extraños, como el mío, se provocan por algún tipo de accidente. Un trauma que afecta los capilares de la retina. En resumen, veo el mundo en blanco y negro. Algunos especialistas creen que es un síntoma que anticipa el Alzheimer. Da igual. Uno ya sabe que no es posible luchar contra las enfermedades.

Ahí están ahora las coloridas fachadas de Coyoacán en blanco y negro; las tortugas; mi perro Manseca, la pantalla de la computadora. Lo más extraño es la sangre. La sangre intensamente negra. No es en nada diferente a las dos líneas de cerámica que atraviesan el pasillo de mi casa larga, como rieles de un tren que conduce a ninguna parte. O a la tierra de un macetero que no riego hace meses. O a mi bata de levantarme. Sangre. Sangre negra.

Lo leí en un graffiti hace algunos días, al costado de una academia de conductores: “no puedes matar lo muerto”. Abajo, casi chocando con la vereda, una firma: Paynar. ¿Cómo vivir entonces sin un blog? Es un asunto de opciones, de falta de. No somos pecadores porque pecamos, pecamos porque somos pecadores.

Y yo siento una adicción malsana por los jóvenes narradores y narradoras de mi patria. Se me han metido dentro como un veneno. Pero ellos me están dejando sólo. Desprecian los blogs y, según he sabido, pretenden publicar sus libros en papel. Voluntades delirantes que chocan, sacan chispas. Son adictos igual que yo. Es la naturaleza del cuerpo. Ellos son adictos al papel, no pueden vivir sin el papel. La falta de papel los pone violentos. Leen libros de papel para olvidar que están enfermos. Uno tras otro. Huelen sus páginas, recorren con las yemas de los dedos su geometría predecible. Se alivian un poco. Pero la sed vuelve, no se acaba nunca. Una sed por la cual son capaces de traicionar a sus amigos. Se enfrentan unos con otros, poseídos, sacan chispas. Pero no hay salida. No hay descanso. Los árboles no son infinitos. Lo describe Dante en el séptimo círculo: Árboles sangrantes esperando el día del Juicio donde todos nos colgaremos de nuestras propias ramas.

La culpa nos vuelve vulnerables primero. Después nos pone violentos. Somos víctimas y secretamente queremos ser victimarios. Colaborar con el mal, conseguir que se cumpla su mandato. Decimos ‘no’ sin énfasis, sin fondo, histriónicos.

Mi amiga Lili dice que es mentira que quienes no aprenden de la historia están condenados. Es mentira por una razón simple: no existe la historia, todo lo que somos está eternamente en nosotros. La sangre negra seguirá siendo derramada, por los siglos de los siglos. Y nadie es inocente. Mi amiga Lili también vive en Arturo Ibáñez, a ocho cuadras de mi casa, en dirección a Magdalena. Habla de Kierkegaard y de El show de los sueños con idéntica propiedad. Vive sola igual que yo. Usa lentes oscuros porque dice que le molesta la luz del día. Cubre los espejos de su casa porque dice que su imagen se le antoja monstruosa.

Los jóvenes narradores y narradoras de mi patria ya no pueden comer, ni dormir, ni salir a la calle, ni cagar tranquilos. Necesitan satisfacerse. Yo tampoco puedo comer, ni dormir, ni salir a la calle, ni cagar tranquilo. Pero mi sed es otra. Ellos necesitan del papel, yo los necesito a ellos. Por eso imagino una y otra vez una gran fiesta. Todos los narradores y narradoras de mi patria reunidos en esta casa larga. Los viejos y los jóvenes. Los vivos y los muertos. Sueño idiota, de viejo que coquetea con el Alzheimer. Es una fiesta formal, de gala. Un piano suena de fondo. Entonces agradezco a todos su presencia. Es la señal. Los más jóvenes lo saben y de inmediato se lanzan sobre los viejos. La fiesta ha comenzado. A mordiscos le arrancan sus partes, chupan su sangre y la escupen sobre el piso. Ahora suena un hip-hop. Cypress Hill. Yo observo todo sentado en mi sillón viejo. Observo en blanco y negro. Orejas desgarradas sobre la alfombra, ojos pisoteados, sangre, sangre negra. Primero es un trepidar constante de dientes que trabajan. Luego risas. El final es hermoso. Todos desnudos, ellos y ellas, se lamen unos a otros, se limpian, minuciosos, solidarios.

De regreso de mi visita al oftalmólogo pasé frente a la casa de mi amiga Lili. Dudé, pero finalmente golpeé su puerta. Necesitaba pronunciar la palabra en voz alta. Sentir su textura. Insistí algunos minutos pero nadie abrió la puerta. Acromatopsia. Acromatopsia. Escribirla no es lo mismo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

domingo, 5 de octubre de 2008

mi lucha

Ya bordeaba los cuarenta cuando, vagando por San Diego, entré al Teatro Caupolicán y tuve por primera vez frente a mis ojos la más nítida y didáctica representación de la existencia. Era Tino Benvenutti contra La Cobra, encaramados en un ring chillón y acolchado por todas partes. Era un público que se inventaba el entusiasmo y se convertía con gusto en pantomima, era un relator que manejaba a medias los rudimentos de la elocuencia, era una lucha sangrienta y poco caballerosa, donde en un momento incierto La Cobra le arrancó los ojos a Tino y el estruendo de la multitud me apretó la boca del estómago y casi pierdo la conciencia. El bien y el mal enfrentados en un cuadrilátero de mentira, las preferencias marcadas hacia Benvenutti y un niño que lloraba a mi lado por los ojos del héroe que reptaban como cucarachas por la lona celeste. Más tarde los militares se apropiaron del espectáculo y por medio de la Televisión Nacional le dieron el glamour macabro y pretencioso de los ochenta. Pero a mí entonces ya no me importaba. Ya vivía en México y en el Arena Coliseo del DF había presenciado jornadas gloriosas de sudor y sangre, donde El Solitario, Septiembre Negro, Iván El Bronco y Ángel Azteca conseguían que el aire caldeado de la noche se convirtiera en un ventarrón de vida pura y definitiva, donde la muerte estaba tan cerca y tan lejos que sólo cabía homenajearla con un escupo verde sobre el cemento de las graderías. Luego el pisotón soberbio, la burla, la confirmación de formar parte, por el momento, del espectáculo. Aunque por sobre todos, La Máscara Sagrada. Una presencia sin boca, una hecatombe interior sin espacio siquiera para la queja. Tigre blanco, erguido en el centro del ring con su capa roja, visible hasta desde la última fila de la galería y, sin embargo, oculto del mundo tras una máscara rígida, verde y negra, con sólo dos boquetes para los ojos. Una pira ardiendo sobre su cara, escondiéndolo para siempre, vocación inapelable por el gesto coreográfico sin nombre propio, la figura humana en su representación de majestuosidad y farsa, en su lucha insolente y memorable, su inútil intento por vencer la nada.

sábado, 13 de septiembre de 2008

diez consejos para los críticos de mi patria

1- No escuchen las delirantes teorías conspirativas de los jóvenes narradores de mi patria.

2- Lean los libros de Anagrama antes de comentarlos.

3- Exijan a sus editores que les reduzcan los caracteres y les suban el sueldo.

4- Renueven su licencia de opinólogos y reclamen su asiento en los programas de farándula.

5- Mediten bien antes de convertirse en narradores de mi patria. El maestro-niño como siempre les marcó el camino.

6- Pidan al Estado el montepío que les corresponde por la temprana muerte del gran maestro y una pensión que les garantice una vejez tranquila, acorde con la heroica misión que les encomendó la patria.

7- Para mandar recados utilicen el Messenger. Es más rápido.

8- Incorpórense a la cruzada de Mario Waissbluth y, a parte de vestir una prenda verde, ejerzan como profesores de castellano hasta el 2020.

9- Compilen sus mejores críticas y postulen a algún fondo de fomento al libro y la lectura.

10- Sigan resistiendo ante la mediocridad del autor chileno. De todos modos, ubiquen desde ya la salida de emergencia

sábado, 23 de agosto de 2008

una especie de diario

Tengo tortugas en mi casa. Son dos. Dos tortugas en una pecera. No miden más de seis centímetros, aunque una es algo más grande que la otra. Se mantienen inmóviles largo rato, arrimadas a dos gruesas piedras de una textura que me recuerda el Gran Cañón del Colorado. A veces patalean y se desplazan de un lado a otro como si jugaran. Y asoman sus cabezas por sobre la superficie del agua. Lo más llamativo no es el caparazón, sino la plataforma inferior. Un escudo de tonalidades amarillas, con pequeñas manchas negras. No tienen nombre, ni lo tendrán nunca. Pero es necesario alimentarlas dos veces al día. Y mantener el agua en veinte grados. Una de ellas, la más grande, se quedó ayer atascada entre el termostato y el vidrio posterior. Permaneció ahí durante varias horas. Incluso pensé que no lograría sobrevivir. Al principio movía sus patas con rapidez, alternando las delanteras y las traseras. Después se quedó quieta. Más tarde ocultó la cabeza. A la otra tortuga no parecía importarle demasiado. Incluso se comió su ración de Reptomin. No sé cómo ocurrió. En algún momento me distraje leyendo el blog de un joven narrador de mi patria. Sus historias tienen el encanto de lo purulento. Temo por él, lloro y rezo en las noches por él. Quisiera advertirle, decirle que ya es tarde, que haga deporte, que rece en las noches sin pedir nada, que sólo escuche su murmullo herido y lo sienta extinguirse poco a poco hasta que se haga silencio. Me distraje en eso. Y cuando volví la vista a la pecera, la tortuga ya estaba libre. Subía y bajaba moviendo sus patas sin urgencia. La otra había regresado a la piedra. Parecía ser parte de la piedra. Al verla ahí, inmóvil, se me ocurrió la idea. Volveré a las pistas. Escribiré una novela sobre tortugas. Sobre dos tortugas que no tienen nada que decir.

sábado, 28 de junio de 2008

diez consejos para los editores de mi patria

1- Inviertan en un buen par de audífonos para sus iPod. Así no escucharán los quejidos plañideros de los narradores de mi patria.

2- No escriban novelas ni cuentos. Contesten los mails.

3- Incentiven la lectura a través de una campaña de promoción de los próximos tres Premios Nacionales de Literatura. A saber, Germán Marín, Sergio Gómez, Carlos Labbé. En ese orden.

4- No den explicaciones de lo que no publican. Intenten explicar, eso sí, lo que publican. Partamos con El barco de ébano (Mondadori), Una burguesa rebelde (Planeta), Sábanas rojas (Alfaguara) Qué sabe nadie (ediciones B).

5- Piensen desde ya en “La Gran Carlos Orellana”: no olviden que la memoria es frágil y la vida corta.

6- Lean los blogs de los jóvenes narradores de mi patria y lloren de pena o asco frente a la pantalla.

7- Procreen entre ustedes a los sucesores. Andrea I con Sergio El Grande, Andrea II con el Príncipe Carlitos. Reconozcámoslo, no hay muchas alternativas fértiles que den garantía de consistencia genética.

8- Firmen un acuerdo para compartir a los cuatro mejores narradores de mi patria. A saber, Pablo Simonetti, Carla Guelfenbein, Roberto Ampuero, Hernán Rivera Letelier. Y hagan la correspondiente vaca en dólares para prorratear los derechos.

9- Repartan desde ya los saldos de Marcelo Lillo entre los Blockbuster y Lider de Valdivia.

10- Sigan resistiendo ante la mediocridad del lector chileno. De todos modos, ubiquen desde ya la salida de emergencia.

viernes, 13 de junio de 2008

sueño ligero con Poli Délano

-Cómo influyó el contexto de la Unidad Popular en tu generación.

Era para nosotros una apertura, un horizonte bien puesto, un ofrecimiento. Por eso se dio bastante el incorporarse a la temática de lo social contingente. Por ejemplo, durante ese período apareció una novela de Fernando Jerez que se llama El miedo es un negocio, donde se trata el tema del pánico financiero que se provocó apenas Allende ganó la elección. En el mismo período aparecen cuentos de Skármeta donde por primera vez se aprecia un interés por la política. Un cuento de Manuel Miranda Sayorenzo plantea de alguna manera el fenómeno de la nacionalización del cobre. En un cuento mío se aprecian o se vislumbran problemas derivados de la Reforma Agraria. Eran cuentos imaginativos, no eran informes hechos ficción. Pero todo lo que se estaba viviendo está presente en nuestra literatura. La Revolución Cubana, Los Beatles, el rock.

-La nominación de “novísimos” tiene cierta connotación rupturista. ¿Qué influencias reconocen?

La vertiente nuestra fue la novela norteamericana de los años treinta. Hemingway, Faulkner, Dos Passos, Saroyan. Y también la novela de post-guerra: Norman Mailer, Keruac.

-De tus antecesores, la generación del 50, ni hablar.

La generación de 50 está influida por factores que a nosotros no nos tocaron. El existencialismo sartreano, o por una mala interpretación del existencialismo sartreano. Además es una generación bastante burguesa ideológicamente. Y por supuesto se nota en su literatura. Muchos autores tienen centrado su interés en el orden de las viejas familias, en la decadencia de la alta burguesía, cosa que a nosotros no nos motivaba para nada. Éramos una generación más vitalista, más arremetedora. Nos gustaba más el grito en el cielo que la putrefacción en viejas casonas.

miércoles, 4 de junio de 2008

sueño pesado con Marco Antonio de la Parra

-Háblame de la vanidad.

La vanidad es una tentación de la época. Todo se transforma en vanidad, en entrevista, en fotografía. Entonces es muy desfigurador: ¿qué tiene que ver con lo que estoy haciendo? Las palabras te comienzan a pesar como quintales de harina, es una cosa espantosa, uno no puede hablar tranquilo, tiene que cultivar una imagen, y cuando eso restringe la libertad es peligrosísimo. Ahora, hay gratificaciones, están ahí, al lado, y hay que andar esquivándolas cada diez minutos. Eso ha sido muy potenciado por estos años. Estos años han provocado una irrupción violenta de la cultura narcisística contemporánea, lo cual nos pone al día y estamos ahí con el posmodernismo en general, pero al mismo tiempo es un excelente virus para frenar el desarrollo realmente intelectual de la nueva sociedad. Yo encuentro muy peligroso para el arte –aunque bueno para los artistas- las becas, ¿te fijas? Porque se crea una cosa narcisística indescriptible, temible. Los críticos hacen comentarios que nadie entiende y ya no te preocupa comunicarte, ni sobrevivir. Balzac escribía para pagar las deudas, y lo hacía harto bien. Es importante entonces escribir para pagar las deudas. El escritor que es capaz de crearse un público –esto es de Pepe Donoso- es un buen escritor. Capaces de convertirse en escritores vendibles sin renunciar. Yo quiero llegar de alguna forma a ganar dinero con la literatura, sin venderme. Esa es la adversidad, ¿te fijas? Porque ¿cómo llegó yo a ganar dinero para sobrevivir (para sobrevivir, no me interesa tener un palacio en Beverly Hills), para hacer más literatura sin renunciar un ápice a mis principios? En ese sentido yo soy un gran defensor de las capacidades estimulantes del subdesarrollo. Para mí fue tremendamente estimulante el ambiente médico después del Golpe. Esto suena raro, porque uno tiene que hacer el voto de decir: “todo estaba castrado, etc., etc” Pero yo creo que precisamente eso nos obligó a sobrevivir creando espacios. Lo que se castró fueron los espacios habituales. Los escritores sonaron, los teatristas habituales también, pero los médicos nos pusimos a escribir, ¿te fijas? Creo que ahí se cumplió la ley que dice Freud respecto a los sueños: donde se ejerce censura, la energía se expresa por otros lados. Transformamos lo rudimentario en virtud. Es decir, lo malo en bueno. Y no por una inversión perversa de decir lo malo es bueno, como cierta vanguardia que convierte en objeto de arte el defecar arriba del escenario. No, eso no. Sino empezar a trabajar sobre nuestros defectos, nuestras inhibiciones, dificultades y pobrezas, ¿te fijas?

martes, 27 de mayo de 2008

sueño erótico con Diamela Eltit

-Tus novelas aparecen como una gran reflexión sobre el poder.

Te diría que el primer punto en el que yo me ubiqué no es un punto tan reflexivo. Creo que fue bastante más subjetivo y que después he podido elaborarlo mejor. Pero de ninguna manera es un programa, una programática, sino que tiene que ver casi con una constitución somática, por decirlo de algún modo: como una escritura somatizada que después me di cuenta que efectivamente apunta a indicar –al menos indicar- diversos problemas en los que opera el poder.

-¿Te refieres a las formas en que el poder se enquista en los cuerpos?

Por supuesto. Lo primero es cómo tú manejas los cuerpos, y eso va muy ligado al lugar. Creo que la ciudad es muy definitiva en relación a marcar gestos, a marcar una erótica con el espacio; si miras los cuerpos populares, ves ciertos movimientos muy precisos que no están en otros cuerpos que habitan otros espacios.

-En “El cuarto mundo”, en el momento que los mellizos comprueban sus diferencias corporales, aparece cierto sentimiento de castración en la mujer, expresado en la envidia del pene, que es una cuestión teórica bastante convencional.

Es efectivo. Estaría enunciando el problema de la envida del pene, pero desde el hombre. Es el hombre el que habla y yo trabajé con ciertos estereotipos. Eso no está nunca puesto en la boca de la mujer, lo que es un pequeño detalle importante.

-También tocas el fenómeno de la maternidad, quizás como una forma de opresión cultural.

Pienso que es una de las últimas prácticas artesanales que quedan en el mundo. Es decir, cada niño se hace de uno en uno. Que un organismo decida en un minuto engendrar, que un cuerpo elabore al interior otro, es casi sublime, por decirlo de alguna manera. Entonces me perturban los discursos ideológicos dejados caer sobre ese hecho, y que eso obligue, especialmente en nuestros países, a roles bastante manipulados y que el placer de eso se transforme en displacer por la carga convencional que tiene ser madre.

-Hay un estilo poco canónico de tu escritura. ¿Qué es lo que buscas?

Va a parecer bastante soberbio lo que digo, pero ese es problema de los otros, no mío. Diría que estoy menos domesticada, tan simple como eso. Yo no busco nada, yo escribo -y en castellano por lo demás-, y si se generan problemas, mi función, mi deber, mi punto ético, sería abrir sentidos, y si el otro se niega a abrirse los sentidos, significa que está en un problema de domesticación de lectura.

-Así, al parecer, tu oficio se reviste de una especial función política.

De eso te estaba hablando. Yo soy escritora, y para mí la escritura es mi forma de militancia. Cuando te digo esto lo digo en serio. Mi mundo es la literatura, trabajo en literatura, he estudiado desde siempre literatura, he dejado mucho por la literatura, he ganado también, y voy a morirme en la literatura. Y lo que me moviliza es creer que mi literatura tiene una función política, que es abrir sentido; es, en el sentido más pedestre, regular algunos sistemas de lectura a través de reformular la escritura en ciertos puntos que no son muchos, una cosa mínima de alteración es ya una función política. Tiene que haber cambio. Si no hay cambio, esto no tiene sentido para nadie, para nadie.

viernes, 18 de abril de 2008

diez razones por las cuales Claudia Apablaza debiera ser el próximo Premio Nacional de Literatura

1- Es mujer en edad fértil.

2- Luego de recibir el premio, escribiría un cuento contra el complot del premio.

3- Ayudaría a financiar la Universidad Autónoma Manuel Rojas.

4- Escribiría un manual para jóvenes poetas.

5- Sería parte del jurado del próximo año y podría votar por Luis Valenzuela.

6- Editaría su próxima novela bajo el sello Johannes.

7- Celebraría con Sor Juana Inés de la Cruz y Pierre Bourdieu en el café Escondido.

8- Financiaría los libros de una editorial de bajo tiraje. Verbigracia, la Calabaza del Diablo.

9- Invitaría a un narrador joven de mi patria a conocer Barcelona.

10- Le dedicaría el premio a Diamela Eltit.

domingo, 9 de marzo de 2008

el camino de la perfección

Un arbolito perfectamente podado. Pulcritud. Asepsia. He ahí el camino. Y yo practico según las medidas indicadas por el maestro-niño, a quien imagino sentado y mudo entre las escuálidas raíces narrativas de mi patria.
Escuché rumores malsanos de que me encontraba varado en un balneario de la Península de Yucatán, exponiendo sin pudor mi piel blanca y rugosa, y escuchando Tijuana Makes Me Happy en mi iPod de última generación. Calumnias. Conozco mejores formas de suicidio que el nortec y el cáncer a la piel.
Por eso practico sin moverme de mi casa larga, escuchando sólo los reclamos de Manseca.
A veces pienso que lo estoy logrando. Saludo entonces con un mantra al maestro-niño, nuestro propio Ram Bahadur Bomjan: “Mi patria tiene los narradores que se merece”. Correctos. Impecables. Inocuos. Digo y lo repito: “Mi patria los necesita”. Es un descubrimiento tardío pero ineludible. Ellos, mucho antes que yo, iniciaron el camino. La ambición rompe el saco y sólo Marín, con la muerte mirándolo de cerca, puede seguir pensando lo contrario. Lo entiendo. Yo también estoy viejo y le temo a la muerte. Pero no pienso que los años entreguen sabiduría. Al contrario. Por eso observo al maestro-niño y aprendo. Podo. Saco ramitas inútiles. Entrego mi propia vejez al aprendizaje. Marín en cambio se rebela. Aunque al menos cuenta con el amor condicional de los narradores jóvenes de mi patria. Pero nadie le sigue el paso. Ni siquiera en su cruzada por sepultar al muerto infame de Volodia. Sus ladridos me recuerdan a los de Manseca. Un perro calvo y endémico que intenta seguir siendo el guardián de algo que ya no existe.
Yo en cambio observo y practico para dar el gran salto. Podo. Y así, con mi tijera mariposa, seguiré buscando la perfección. Porque en el fondo de mi corazón beligerante sé que la única perfección posible es el silencio. Para allá vamos.